¿Te imaginas ganarte cerca de $25 mil en un premio? ¿Qué harías con esa cantidad de dinero?

Aunque podrían ser muchas las contestaciones, de seguro una de las más peculiares deber ser la de Rafael, a quien se le identificará con ese nombre para propósito del texto. De principio a fin, la historia de cómo Rafael se ganó el premio y en qué lo invirtió es una peculiaridad arraizada en la pasión por el hipismo.

Sucede que un viernes Rafael jugó, como de costumbre junto a su amigo con quien siempre comparte las apuestas, y ganaron, con seis caballos, $300. Al día siguiente, con dinero en mano, decidieron aventurarse una vez más en las apuestas, y volvieron a pegar seis caballos para ganarse $75. Al darse cuenta que la suerte estaba de su lado, el domingo decidieron volver a jugar, y ya que llevaban tan buenas probabilidades decidieron apostar con un cuadro de $72, cantidad más alta de lo que normalmente juegan.

“Estábamos jugando con el mismo dinero que Camarero nos dio”, relata Rafael, quien ese mismo domingo pegó seis caballos junto a su amigo y se llevaron $25,920.

Una semana y media después, los amigos se convirtieron en socios porque decidieron invertir parte del premio en comprar un caballo de carreras.

“Soy el hípico que le encanta todo lo que conlleva el deporte, tanto la preparación de los caballos y jinetes, así como las apuestas. Me gusta ver una persona montar un caballo y correrlo a velocidad, eso me llama más la atención, sobre todo cómo un caballo puede acoplarse a lo que le indique el jinete. Por eso digo que me encanta todo, porque no solo me gusta apostar, sino participar del deporte como tal”, asegura Rafael.

Junto a su socio, decidieron comprar un potro de 3 años que ha participado de tres carreras anteriormente, y que en el tiempo que lleva bajo entrenamiento desde la compra, ha mostrado una mejoría, por lo que cuando regrese a la pista a finales de febrero podría ganar la carrera según Rafael, quien añade “sin apasionamiento, como decimos”.

Sin embargo, esta no es la primera experiencia de los socios dentro de la industria del hipismo. En años anteriores habían comprado ejemplares que resultaron no ser muy buenos en la pista, y dado a que sus respectivas familias crecieron, se vieron en la obligación de desistir de la adquisición de caballos de carreras.

“Habíamos tenido malas experiencias, pero es lo que nos apasiona y no nos arrepentimos de nuestras pasadas inversiones, al contrario, habíamos pensado regresar al negocio, y con el premio decidimos que era la oportunidad perfecta de comprar un caballo para volver a competir”, asegura.

La meta de ambos, aunque continúen en sus trabajos regulares, es que su nuevo ejemplar les genere el dinero suficiente para poder seguir invirtiendo en comprar otros caballos. De paso, el socio de Rafael está gestionando conseguir su propia licencia de entrenador para poder tener un espacio en las cuadras y trabajar de primera mano con sus ejemplares.

En lo que a Rafael respecta, su conexión con el hipismo se remonta a su niñez cuando pedía que lo llevaran en su cumpleaños al Hipódromo Camarero para pasarlo allí. Entre sus memorias que más atesora sobre el deporte está la primera vez que tuvo la oportunidad de conocer el “jockie room”, donde vio en persona a varios jinetes de su preferencia.

Proveniente de una familia hípica, Rafael sabe que el hipismo no tiene edad.

“Tienes que ir y verlo para que te des cuenta de todos los componentes. Esa adrenalina, el ver a dos atletas en acción, el ejemplar con su esfuerzo y el jinete que cada vez que sale por las compuertas pone su vida en riesgo. Una cosa es verlo en televisión y otra es verlo en vivo. La emoción del que ya es hípico, y del que se emociona porque le jugó a un caballo, la satisfacción de que escogí al ganador, es algo impresionante”, explica.

Más allá de ver la acción tras las gradas, el afortunado invita a esos otros jugadores que se han ganado premios a “que se den la oportunidad de invertir en los caballos, que realmente es como estar en otra parte de Puerto Rico, un espacio aparte en el que vives toda la experiencia de comprarlo y cuidarlo. Uno llega a querer un caballo como si fuera un hijo, ese mismo amor se siente hacia el ejemplar”.

“Es un ser viviente que necesita de uno y saber que estás dando lo mejor por él, lo hace parte de la familia. Es un sentimiento lindo lleno de momentos satisfactorios. Definitivamente, para mí este negocio no tiene precio”, finaliza.